Alguna historia, algún relato
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Alguna historia, algún relato
Relatos de Salta
Los pantalones de Policarpo Retambay
Por Luis Borelli
Diario El Tribuno (Salta) del 14 de enero 2008
Policarpo Retambay, de 60 años, oriundo de La Poma, resolvió visitar a su amigo Chiliguay, de Payogasta, un caluroso domingo de noviembre. El día antes había vendido unos animales y quería compartir unas copas con ese amigo que hacía mucho no veía. Ya en casa de Chiliguay y después de una prolongada "tenida etílica", don Policarpo se sintió mal y de golpe cayó muerto. De inmediato, la Policía tomó cartas en el asunto y con la intervención del Dr. Russo de Cachi, se certificó su deceso.
Realizados los trámites, la Policía trasladó el cuerpo al Hospital Zonal de Cachi, donde luego de dos día de espera, fue sepultado en el cementerio local pues nadie había reclamado su cuerpo. Sin embargo, esa misma noche, un sobrino de Retambay, tardíamente enterado de su muerte, se apersonó a la Comisaría para reclamar no sólo el cuerpo de su tío, sino también los 4.000 pesos que éste debía tener al momento de su muerte.
El dato asombró a los policías, pues al requisar al finado no le habían encontrado "ni un centavo partido por la mitad". La primera sospecha recayó sobre la familia Chiliguay, pero luego de una rápida pesquisa la sospecha se diluyó.
Ante el problema, el comisario Yapura se comunicó con el juez de turno de Salta mediante un telegrama urgente. A vuelta de correo, recibió instrucciones: exhumar al difunto, requisar sus ropas y que el juez de paz de Cachi labrara un acta.
Y así se hizo. Al día siguiente, al alba, comisario, médico, juez de paz y sobrino del difunto, presenciaron la exhumación y el traslado del cadáver de don Policarpo a la Comisaría. Una hora más tarde redactaron el acta, cuyo texto decía: "Bolsiqueado que fue el occiso, dio resultado negativo. Entre sus pertenencias no hay ni un peso". Leída que fue, las miradas de los policías se dirigieron al reclamante, quien, a viva voz, reiteró que su tío había muerto con plata encima y que alguien se la había robado. Como nadie le contestó, se puso tan furioso que se le desacató a los uniformados profiriéndoles epítetos de grueso calibre, a punto tal que los milicos terminaron por llevarlo a la rastra hasta el calabozo. A todo esto, el difunto fue nuevamente acondicionado y trasladado al cementerio para volverlo a sepultar.
Mientras tanto, el sobrino continuó detenido pues el médico de Cachi, al ver que su ánimo seguía alterado, aconsejó su encierro preventivo por temor a que estuviera padeciendo un ataque de locura. Además, opinó que de continuar así, debía ser llevado a Salta bien enchalecado e internado en el hospital de los locos.
La medida del galeno causó intranquilidad en la milicada. Ellos estaban acostumbrados a detener rateros de poca monta o ebrios, pero locos nunca, más aún, les tenían miedo, pues según una creencia popular muy difundida, los locos estaban poseídos por mandinga.
Ahora bien, como el deber es el deber, cuidaban la celda pero no querían mirar los ojos del preso, que ahora suponían endemoniados. Para colmo, el comisario aconsejó: "Este es de cuidado, hay que tenerlo bien encerrado hasta tanto se lo lleven de una vez".
Pasó la jornada sin novedades, pero a medianoche, cuando el pueblo estaba en silencio y en medio de la oscuridad, porque la usina no funcionaba de noche, el presunto loco comenzó a dar terribles alaridos al tiempo que pedía la presencia del comisario. Los milicos asustados, pensaron que finalmente el ataque de locura pronosticado por el médico había comenzado y que pronto, el loco demolería a patadas no sólo el calabozo sino la repartición entera.
Ante el cariz que tomaba el asunto, llamaron al comisario, al juez y al médico. No bien llegó Yapura, puso en marcha el operativo "amansar". Toda la milicada se alistó frente al calabozo armados con lazos, látigos y rebenques por si el loco arremetía contra la reja. Todos miraban fijamente la puertita que era débilmente alumbrada por una vela que sostenía brazo en alto un agente, que para colmo temblaba de miedo.
De pronto, el "loco", se arrimó a la reja. Para los milicos, la imagen pareció espeluznante, y cuando todos creían que iban a escuchar otro desgarrador alarido, el orate muy sonriente dijo: "Comisario, ya mí acordao, ya sé donde está la plata de mi tío. La tiene en el pantalón de abajo". Todos quedaron perplejos, hasta que el juez de paz le pidió al sobrino que aclarara qué era eso del pantalón de abajo.
Luego de aclarado el punto, bien temprano, don Policarpo Retambay, que nunca en vida había pisado la Comisaría, fue conducido por los policías por tercera vez y para colmo de males, para bajarle los pantalones. Cometido el ultraje "post morten" a su honra de varón, se constató que efectivamente el difunto vestía dos pantalones y que el dinero estaba en el de abajo. Ahora, por fin don Policarpo descansaría en paz. Con dificultad fue colocado en su cajón para luego ser trasladado al cementerio. Su sobrino, ya en libertad, nuevamente reclamó el dinero, pero el juez de paz, conforme la ley, explicó que "La plata quedaba a disposición de Su Señoría. Cuando termine el juicio la tendrá". Y de inmediato apuró los trámites diciendo: "Labremos el acta don Yapurita, que ya está haciendo burbujas el frangollo", mientras de reojo echaba una mirada al hinchado difunto.
Los pantalones de Policarpo Retambay
Por Luis Borelli
Diario El Tribuno (Salta) del 14 de enero 2008
Policarpo Retambay, de 60 años, oriundo de La Poma, resolvió visitar a su amigo Chiliguay, de Payogasta, un caluroso domingo de noviembre. El día antes había vendido unos animales y quería compartir unas copas con ese amigo que hacía mucho no veía. Ya en casa de Chiliguay y después de una prolongada "tenida etílica", don Policarpo se sintió mal y de golpe cayó muerto. De inmediato, la Policía tomó cartas en el asunto y con la intervención del Dr. Russo de Cachi, se certificó su deceso.
Realizados los trámites, la Policía trasladó el cuerpo al Hospital Zonal de Cachi, donde luego de dos día de espera, fue sepultado en el cementerio local pues nadie había reclamado su cuerpo. Sin embargo, esa misma noche, un sobrino de Retambay, tardíamente enterado de su muerte, se apersonó a la Comisaría para reclamar no sólo el cuerpo de su tío, sino también los 4.000 pesos que éste debía tener al momento de su muerte.
El dato asombró a los policías, pues al requisar al finado no le habían encontrado "ni un centavo partido por la mitad". La primera sospecha recayó sobre la familia Chiliguay, pero luego de una rápida pesquisa la sospecha se diluyó.
Ante el problema, el comisario Yapura se comunicó con el juez de turno de Salta mediante un telegrama urgente. A vuelta de correo, recibió instrucciones: exhumar al difunto, requisar sus ropas y que el juez de paz de Cachi labrara un acta.
Y así se hizo. Al día siguiente, al alba, comisario, médico, juez de paz y sobrino del difunto, presenciaron la exhumación y el traslado del cadáver de don Policarpo a la Comisaría. Una hora más tarde redactaron el acta, cuyo texto decía: "Bolsiqueado que fue el occiso, dio resultado negativo. Entre sus pertenencias no hay ni un peso". Leída que fue, las miradas de los policías se dirigieron al reclamante, quien, a viva voz, reiteró que su tío había muerto con plata encima y que alguien se la había robado. Como nadie le contestó, se puso tan furioso que se le desacató a los uniformados profiriéndoles epítetos de grueso calibre, a punto tal que los milicos terminaron por llevarlo a la rastra hasta el calabozo. A todo esto, el difunto fue nuevamente acondicionado y trasladado al cementerio para volverlo a sepultar.
Mientras tanto, el sobrino continuó detenido pues el médico de Cachi, al ver que su ánimo seguía alterado, aconsejó su encierro preventivo por temor a que estuviera padeciendo un ataque de locura. Además, opinó que de continuar así, debía ser llevado a Salta bien enchalecado e internado en el hospital de los locos.
La medida del galeno causó intranquilidad en la milicada. Ellos estaban acostumbrados a detener rateros de poca monta o ebrios, pero locos nunca, más aún, les tenían miedo, pues según una creencia popular muy difundida, los locos estaban poseídos por mandinga.
Ahora bien, como el deber es el deber, cuidaban la celda pero no querían mirar los ojos del preso, que ahora suponían endemoniados. Para colmo, el comisario aconsejó: "Este es de cuidado, hay que tenerlo bien encerrado hasta tanto se lo lleven de una vez".
Pasó la jornada sin novedades, pero a medianoche, cuando el pueblo estaba en silencio y en medio de la oscuridad, porque la usina no funcionaba de noche, el presunto loco comenzó a dar terribles alaridos al tiempo que pedía la presencia del comisario. Los milicos asustados, pensaron que finalmente el ataque de locura pronosticado por el médico había comenzado y que pronto, el loco demolería a patadas no sólo el calabozo sino la repartición entera.
Ante el cariz que tomaba el asunto, llamaron al comisario, al juez y al médico. No bien llegó Yapura, puso en marcha el operativo "amansar". Toda la milicada se alistó frente al calabozo armados con lazos, látigos y rebenques por si el loco arremetía contra la reja. Todos miraban fijamente la puertita que era débilmente alumbrada por una vela que sostenía brazo en alto un agente, que para colmo temblaba de miedo.
De pronto, el "loco", se arrimó a la reja. Para los milicos, la imagen pareció espeluznante, y cuando todos creían que iban a escuchar otro desgarrador alarido, el orate muy sonriente dijo: "Comisario, ya mí acordao, ya sé donde está la plata de mi tío. La tiene en el pantalón de abajo". Todos quedaron perplejos, hasta que el juez de paz le pidió al sobrino que aclarara qué era eso del pantalón de abajo.
Luego de aclarado el punto, bien temprano, don Policarpo Retambay, que nunca en vida había pisado la Comisaría, fue conducido por los policías por tercera vez y para colmo de males, para bajarle los pantalones. Cometido el ultraje "post morten" a su honra de varón, se constató que efectivamente el difunto vestía dos pantalones y que el dinero estaba en el de abajo. Ahora, por fin don Policarpo descansaría en paz. Con dificultad fue colocado en su cajón para luego ser trasladado al cementerio. Su sobrino, ya en libertad, nuevamente reclamó el dinero, pero el juez de paz, conforme la ley, explicó que "La plata quedaba a disposición de Su Señoría. Cuando termine el juicio la tendrá". Y de inmediato apuró los trámites diciendo: "Labremos el acta don Yapurita, que ya está haciendo burbujas el frangollo", mientras de reojo echaba una mirada al hinchado difunto.
Horacio Cortés- Cantidad de envíos : 104
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